Nos encanta tocar el bombo. Es sencillo, suena siempre que le arreas con la maza. Es gregario, de motu propio solo hace ruido. En la vorágine de la orquesta pierde protagonismo, pero nunca te falla, siempre sabes a qué atenerte. No como esos instrumentos del demonio con teclas, con cuerdas, con miles de formas de hacer música con ellos. El mismo violín suena diferente en función del violinista o la orquesta en la que se integre. El bombo no, el bombo no defrauda.