Está cabreado, muy cabreado. En el taller, frente al montón de chatarra inservible en que se ha convertido su otrora espectacular todoterreno, que tanto esfuerzo le costo conseguir, grita, despotrica y echa pestes sin pensar contra todo lo que se mueve. Desquiciado, abandona el taller con la obsesiva idea de encontrar culpables y hacer rodar las cabezas necesarias para compensar todo lo que le está pasando.
No comprende nada. Se le vienen abajo sus esquemas. Todo su mundo se le escapa entre las manos, se desmorona. Tiene a los culpables delante de sus narices. O cree tenerlos.