Imagino lo que debía ser la lucha obrera, la lucha por la igualdad de la mujer, de los gays o cualquier otro colectivo o minoría de finales del XIX y principios del XX. Aquellos trabajadores de jornadas interminables y míseros jornales en huelga. Imagino a aquel empresario gordo, con chistera y puro en la comisura de los labios, apoyado por los poderes políticos y económicos, dejando en la calle o metiendo en la cárcel, en el mejor de los casos, al cabecilla obrero; condenando así al hambre a su numerosa familia, dando escarmiento y haciendo ver al resto de plantilla que ir contra el "orden establecido" les podía salir muy caro.