Lunes, seis de la mañana. El despertador, implacable, te pone de nuevo en pie. Hoy también hay partido, todos los días hay partido.
Saltamos al césped y la realidad nos vuelve a meter la pierna de mala manera. Se oyen gritos, se agitan banderas. Desde el palco —calentito en invierno y fresquito en verano— se apela a nuestro sentimiento patrio; también se untan árbitros y se intercambian vergonzosos maletines repletos de dinero obtenido en más que dudosos negocios. Un tipo, con la mano en el pecho, canta un himno. Bufandas y gestos obscenos de hooligans desde el primer anfiteatro dan colorido y aportan pasión al evento.
Saltamos al césped y la realidad nos vuelve a meter la pierna de mala manera. Se oyen gritos, se agitan banderas. Desde el palco —calentito en invierno y fresquito en verano— se apela a nuestro sentimiento patrio; también se untan árbitros y se intercambian vergonzosos maletines repletos de dinero obtenido en más que dudosos negocios. Un tipo, con la mano en el pecho, canta un himno. Bufandas y gestos obscenos de hooligans desde el primer anfiteatro dan colorido y aportan pasión al evento.