
Es menudo, vivaracho y entrado en carnes, pero con una vitalidad envidiable. Tiene dos hijos. La mayor, la chica, se casó el año pasado. Es auxiliar administrativo, y van tirando. Al pequeño, de veinticuatro años, le arroyó el tren de la burbuja inmobiliaria que, junto al vagón del fracaso escolar, a arrasado con gran parte de su generación.