Compartir está de moda —la crisis
eterna es lo que tiene, la imaginación busca salidas—. Compartir
productos y servicios con otros usuarios para hacer un consumo más
eficiente, responsable y barato, se está haciendo un hueco en esta
nuestra sociedad de consumo del siglo XXI.
Tengo una habitación vacía —somos una pareja joven sin hijos y disponemos de una habitación amueblada para la previsible futura descendencia— y decido aprovechar una red social de internet que pone en contacto a viajeros, con pocos recursos, con altruistas propietarios que ceden una habitación gratis para que dichos viajeros puedan pernoctar el tiempo que dure su estancia en la ciudad. Viajo dos veces en semana, por trabajo, a la capital. Viajo solo. Me cruzo en la carretera con multitud de coches en los que el conductor es el único ocupante. He decidido publicar mi viaje en otra red social en la que —igual que con la habitación sobrante— encontraré ocupantes para los asientos vacíos de mi coche. Como si de un moderno auto stop se tratara les llevaré gratis o, a lo sumo, compartiremos el gasto en combustible. Aprovechar unos recursos que hasta ahora desperdiciaba y la satisfacción personal de conocer gente nueva y poder ayudarles en la medida de mis posibilidades no tiene precio.
Economía colaborativa han dado en llamarle. Son nuevas tecnologías, pero también nuevas filosofías, nuevas formas de entender el consumo. Todo muy bonito.
Tengo una habitación vacía —somos una pareja joven sin hijos y disponemos de una habitación amueblada para la previsible futura descendencia— y decido aprovechar una red social de internet que pone en contacto a viajeros, con pocos recursos, con altruistas propietarios que ceden una habitación gratis para que dichos viajeros puedan pernoctar el tiempo que dure su estancia en la ciudad. Viajo dos veces en semana, por trabajo, a la capital. Viajo solo. Me cruzo en la carretera con multitud de coches en los que el conductor es el único ocupante. He decidido publicar mi viaje en otra red social en la que —igual que con la habitación sobrante— encontraré ocupantes para los asientos vacíos de mi coche. Como si de un moderno auto stop se tratara les llevaré gratis o, a lo sumo, compartiremos el gasto en combustible. Aprovechar unos recursos que hasta ahora desperdiciaba y la satisfacción personal de conocer gente nueva y poder ayudarles en la medida de mis posibilidades no tiene precio.
Economía colaborativa han dado en llamarle. Son nuevas tecnologías, pero también nuevas filosofías, nuevas formas de entender el consumo. Todo muy bonito.
Hay en marcha un gran debate, a nivel
mundial, sobre las virtudes y los defectos de esta forma de
intercambiar bienes y servicios. Iniciativas nacidas de la buena fe
de la gente, de las necesidades de unos y las ganas de echar una mano
de otros, están siendo desvirtuadas, manoseadas y manejadas para
sacar tajada y cambiar las reglas del juego. Ocurre que, como en
todo, siempre hay avispaos —inversores con mucha pasta y pocas ganas
de pagar impuestos— que han encontrado un filón. Ocurre que las
muchas lagunas legales dan refugio a
estafadores, evasores y a cantidades ingentes de economía sumergida. Lobos disfrazados de cordero fingiendo ser lo que no son,
generando una competencia desleal que perjudica, esencialmente, al
negocio convencional, al de toda la vida que anda agarrándose con
uñas y dientes a un mercado agónico y cambiante.
El concepto básico es el de compartir.
Sí, aquello que intentamos inculcar a los niños
pequeños: si solo hay un juguete, se lo debes dejar a tu amigo el
tiempo en que tú no lo uses, intercambiarlo por otro que tenga él o
jugar juntos los dos con el mismo juguete; y merendar los dos del
mismo chocolate, siendo generoso, aunque te apetezca comértelo todo.
Si cobras un alquiler por el juguete o le vendes la merienda, será
otro concepto; llámalo como quieras pero no será compartir.
Hay que regular mercados, poner negro sobre blanco las normativas para que lobos disfrazados no
encuentren lagunas en las que esconderse. Se debe propiciar que estas
nuevas formas de consumo se fundan con los negocios de toda la vida,
que prosperen con ellos y no a costa de ellos. Está muy bien que
compartas la habitación que te sobra o el asiento trasero de tu
coche, pero si cobras por ello tu actividad es la misma que la del
hostal de la esquina o la del taxista. Si no cumples sus mismas obligaciones, estas cayendo en la más rastrera de las competencias
desleales.
Mientras tanto, servicios tan
convencionales, tan de toda la vida como el taxi se adaptan a los
nuevos tiempos, las nuevas tecnologías, las nuevas necesidades del consumidor. Cuando uno viaja en taxi contrata el servicio en
régimen de coche completo. Si viajas solo habrá asientos en el
vehículo que viajen contigo vacíos. La Asociación de Taxistas de
Ciudad Real (APTCR) ha puesto en marcha una APP —Entaxi.net— para
reservar taxi que además te da la posibilidad de compartir viaje. De
manera que al ocupar los asientos que viajarían vacíos se comparte
el coste del trayecto. Ejemplo: tengo necesidad de viajar a uno de
los pueblos del entorno de Tomelloso; reservo viaje en Entaxi y
pulso la opción de compartir. El trayecto me cuesta 20 €, por ejemplo —el precio del viaje se
calcula en función de los kilómetros del mismo—. Puesto que he
reservado con unos días de antelación espero a que otros usuarios quieran viajar conmigo. Otro usuario se inscribe en mi
viaje y automáticamente ahorro un 50%, mi viaje pasa a
costarme 10 €. Si se inscriben en el trayecto, hasta llenar el
coche, 2 pasajeros más (4 pasajeros en total), un viaje de 20 € pasaría a costarme 5 €.
Esto es compartir. Eficiente,
responsable y barato. Economía colaborativa de verdad, de la buena. Con
taxistas profesionales, con todas las garantías de un servicio 100%
legal.
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